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 Campoo en el siglo XVII: modos de vida

 

   Compartimos el interesante trabajo del escritor torrelavegense Carlos Argüeso Seco, "Costumbres propias de Campoo en el siglo XVII", con el que ganó el I Premio de investigación Julio Montes Sáiz convocado por la Casa de Cultura Sánchez Díaz de Reinosa en el año 2006. En él, hace referencia a los modos de vida campurrianos en dicho siglo, aunque algunos de estos, cuyo origen se pierde en la historia , se han extendido hasta prácticamente finales del siglo XX o incluso continúan vigentes hoy en día. Es el caso de los concejos, que han venido celebrándose de manera ininterrumpida hasta la actualidad, y en donde se "siguen tratando los asuntos importantes según el sistema de “concejo abierto”, verdadero sistema democrático de solución de conflictos en el medio rural campurriano". Sin duda nos dejamos en el tintero muchas otras costumbres ancestrales, pero este nos parece un buen comienzo.

La hidalguía en el Antiguo Régimen
La hidalguía en el Antiguo Régimen

La hidalguía

 

   Al igual que en todo el territorio nacional, en Campoo existían los hidalgos y los pecheros, así como los exentos.   Se encuentran empadronados de diferente forma  tanto  unos como  otros: como pecheros, pecheros cuantiosos, hombres buenos cuantiosos…  o bien hijosdalgo, hijosdalgo notorios, hijosdalgo de sangre, hijosdalgo de casa y solar conocido…

El ser hidalgo significa ser descendiente por línea recta de varón y de legítimo matrimonio de los primeros reconquistadores del territorio nacional. A aquellos que participaron en la larga y dura tarea de la reconquista se les concedió el privilegio de la “hidalguía”, y después de estar esta en tres generaciones seguidas de una familia, pasaba a convertirse en “hidalguía de sangre”, con la capacidad de poder transmitir a los descendientes, tanto a hijos como a hijas, siempre que fueran de legítimo matrimonio y teniendo solo el hombre capacidad de transmitirla a su progenie.  El ser hidalgo era motivo de gran orgullo dentro del vecindario, además de exención de algún tipo de impuestos, por lo que aquel que lo era se encargaba de, por un lado no perderla (se podía perder por varios motivos, como por traición de lesa majestad, herejía o traición en la guerra), y por otro lado, hacer notorio ante sus vecinos su calidad de hidalgo.

   Cuando una persona cambiaba de vecindad, bien por matrimonio, compra de casa y bienes o por otro motivo, el concejo de destino estaba obligado a empadronar al nuevo vecino como pechero, por lo que este, al ver vulnerados sus derechos, comenzaba un largo pleito ante la Real Chancillería de Valladolid, culminando ese pleito en una Real Provisión o en una ejecutoria de hidalguía. Las pruebas que el litigante debía aportar en este juicio eran de 3 tipos: por un lado, se compulsaban la parte de los padrones de hidalguía donde aparecía esta misma persona y finalmente se tomaba juramento a varios testigos, los más ancianos del lugar, para corroborar la hidalguía del linaje. Estos padrones se realizaban cada 7 años y en ellos se hacía constar a todos los vecinos, anotando su condición de hida

lgo o pechero. Una vez reconocida por el concejo la hidalguía del litigante, este dejaba de pagar los tributos de moneda forera, se le borraba de los padrones anteriores como pechero y a partir de ese momento podía ser electo para los oficios concejiles que desempeñaban los hidalgos.

  Aquellos vecinos que eran originarios de Campoo no necesitaban acudir a la Real Chancillería de Valladolid, pues los tribunales de Reinosa tenían facultad para tomar partido en estos pleitos.

TORRE DE LOS RÍOS, PROAÑO

La herencia y el mayorazgo

   En aquellas herencias en que no intervenía el testamento, la herencia se distribuía de forma igual entre los herederos; pero en aquellos casos en los que había una voluntad escrita del testador sobre el reparto de los bienes, casi siempre había un reparto desigual entre los herederos, generalmente, los hijos del otorgante. En muchos casos quedaba patente la predilección de alguno de los hijos frente a otros, a los cuales, en ocasiones, ni siquiera se los menciona. Está muy generalizado que esa predilección se realizara sobre el hijo varón mayor que, en muchos casos, solía convivir en  la misma casa (ampliada) que sus progenitores, aún después de casado. Sobre este recaía en múltiples ocasiones la vinculación del tercio y remaneciente del quinto de los bienes de los padres en forma de mayorazgo regular, gravándolo con la obligación de hacer aniversarios en la parroquia de residencia a favor de los progenitores. Estos mayorazgos podían variar desde una pequeña tierra a varias casas, capillas, capellanías, tierras, bodegas, trigales, huertas, censos, etc. La sucesión en el mayorazgo regular recaía en el hijo varón mayor legítimo, prefiriendo siempre el varón a la hembra aunque esta fuera de más edad. Pasando a la línea femenina, y cambiando por tanto de linaje, en el momento en que se agotaba la línea de varonía.

 

   La institución del mayorazgo estaba muy arraigada en el Campoo del S. XVII, siendo en una gran mayoría mayorazgos minúsculos, de tal forma que en un gran número de familias existía un mayorazgo, aunque sin llegar a tener  sus poseedores el reconocimiento social. Algunos de los mayorazgos reconocidos en Campoo  y de mayor importancia son: los Bustamante, de la Costana; los Obregón y los Quevedo, de Aguayo; los Navamuel, de Reinosa; los Bujedo, de La Lastra; los Lucio de Villegas, de Arija; los Lantarón Villegas, de Arroyo de Valdearroyo; los Díez Rodríguez, de Requejo; los Argüeso, de Quintanilla de Valdearroyo; los Olea, de Olea y Celada de los Calderones; los Fernández de Villegas, de Quintanilla de Bustamante; los Cossío, de Mata de Hoz; los Rubín de Ceballos Obregón y Rojas, de Lanchares; los Ruíz de La Serrasne, de Lanchares; los Muñoz Fernández, de Argüeso y Salces; los Gutiérrez Rebolledo, de Bolmir; los García del Barrio, de Aradillos y Morancas; los Seco, de Hoyos y Celada Marlantes; los Ríos, de varios lugares de Campoo de Suso (Proaño, Espinilla, Naveda…), etc.

 

   Con el paso del tiempo, estos mayorazgos cayeron en el olvido, dado que había que invertir dinero para mantenerlos en pie, no siendo recuperable dicha inversión porque no se podían vender, enajenar ni hipotecar por ser bienes vinculados. Es a partir del siglo XIX cuando desaparece la institución del mayorazgo, desvinculándose todos los bienes (quizás un poco tarde para recuperar algunas casonas, escudos, capillas… que por ser bienes vinculados cayeron en el abandono y acabaron por desaparecer).

   Muchas de estas casonas se conservan en Campoo, algunas convertidas hoy en señoriales casas rurales. En no pocas ocasiones, han llegado a nuestros días gracias al mantenimiento o la rehabilitación que llevaron a cabo los indianos del siglo XIX, aquellos campurrianos que cruzaron El Charco par hacer fortuna y, una vez conseguida, regresaron  a Campoo, convirtiendo estas casonas tradicionales en los símbolos de su riqueza.

CASA-TORRE DE LOS RÍOS, ESPINILLA
Museo Etnográfico "El Pajar"

Vida cotidiana de los campurrianos en el siglo XVII

   Los objetos de uso corriente que utilizaban los campurrianos, algunos usados desde tiempos ancestrales hasta la actualidad, nos dejan entrever su modo de vida. Dentro de las casas contaban con arcas de madera con llave y herradura para guardar tanto ropa, como el grano, sábanas de lienzo, lenzuelos de estopa, fundas, telas de manteles, servilletas, tocaduras, ropas de lino, colchas, tazas, cucharas de hierro y otras de plata, mantas de lana, almohadas de lienzo labradas de caparosa, sayas pardas, pañuelos, capas negras, vestidos negros de luto, cobertores, colchones, paños de Ruán, calderillos, sartenes, cazos, husos, madejas de lienzo y estopa, linaza, camas de tablero de roble, artesas de amasar, calderas y calderos de cobre, platos blancos y escudillas, ollas, cedazos, maseras, palas de horno, rastros de arrastrar lino, cribas escobones,  candiles de hierro, jarras, bancos de respaldar, bufetes con navetas de roble, libros… Algunas de las prendas de vestir masculinas que utilizaban eran la capa ropilla y calzón de buriel, jubón de lienzo, montera de buriel, zapatos de vaca, medias de buriel, albarcas, escarpines… Dentro de las cuadras,  y a sus alrededores se encontraban hachas, azadas, palas de hierro, barrenos grandes y pequeños, azuelas de martillo, rejadas yugos de arar, rastrillos de madera, horcas, cabestros, cascos de carral, carros, arados con sus rejas… Entre los animales que aparecen en los testamentos del siglo XVII  destacan los bueyes, ovejas, yeguas, novillos, jatas, cabras, corderos, cabritos, marranos, cochinos, vacas, abejas…etc.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Museo Etnográfico "El Pajar", en Proaño

 

 

   Todo esto nos deja ver un ambiente eminentemente rural, donde sus moradores se dedicaban a la ganadería y agricultura, y en menor medida a la caza, la pesca fluvial y oficios artesanales, con una economía de subsistencia  donde las familias más pudientes dejaban sus ganados en “aparcería” a las familias con menos recursos  y más mano de obra; donde el pan, bien de trigo o de cebada,  se elaboraba en los propios domicilios y el trigo era cultivado en los campos campurrianos; donde abundaban los bosques de roble, cuya madera era la más utilizada para confeccionar los muebles  de la casa; donde se utilizaban cubiertos, bien de hierro, madera o plata, dependiendo de la categoría social; donde se utilizaban como monedas de uso corriente el real, el maravedí y el ducado, no siendo desconocido el trueque como forma de intercambio comercial; donde tampoco eran desconocidos los libros, que se dejaban en los testamentos como un bien preciado y cuyos destinatarios eran  los familiares que se encontraban estudiando, especialmente los religiosos; donde la mujer no accedía al mundo cultural, y el hombre de manera muy limitada, habiendo un gran número de campurrianos que no sabía apenas firmar; donde, como forma de hacer caridad, se dejaban “arcas de misericordia” para satisfacer las necesidades más perentorias de los vecinos más pobres; donde se respetaban las ordenanzas municipales y concejiles que provenían de tiempos inmemoriales; donde, a partir del siglo XVI, a raíz del Concilio de Trento, y a lo largo del S. XVII, las parejas se casan canónicamente, dejando atrás la vieja costumbre de unirse de forma natural si oficializar su unión, tomando un nuevo sentido el hecho de la natalidad legítima; donde es habitual que, al menos,  un miembro de la familia (normalmente un hijo varón), vista los hábitos eclesiásticos, siendo muy discutible el hecho de la vocación religiosa. Y son estos parientes religiosos sobre los que recaen las mandas de misas en los testamentos. El ser religioso podía ser el medio de huir de una situación económica familiar mísera.

 

   Era una época en la que perduraba la costumbre de que la mujer llevara “la dote” al matrimonio, en contraposición del marido, que aportaba “las arras”, siendo también la mujer la que aportaba a la nueva sociedad conyugal “el ajuar”, consistente en algunos objetos comprados, pero en su mayor parte elaborados  por las mujeres de la familia durante las tardes/noches de varios años de trabajo artesanal.

 

   Se podría decir que la única industria conocida era la relacionada con los molinos, estando estos presentes en la casi totalidad de poblaciones campurrianas, y siempre a orillas de los ríos, siendo los más importantes los que se encontraban en el recorrido del río Ebro, estando también algunos de menor importancia y de una sola rueda en lugares como Salces. Los molinos eran llamados “maquileros”, pues en ocasiones cobraban en especie, siendo un porcentaje del grano que molían llamado “maquila”. Los campos estaban sembrados de trigo, centeno, cebada… así como de lino, que después de su recolección era utilizado en los hogares para confeccionar manteles, ropa, etc, que sería usado posteriormente para el uso doméstico. Del lino también se extraía la linaza, que sería utilizada para aplicarla al mobiliario de la casa. Igualmente era tratada la lana procedente de las ovejas para la confección de diferentes prendas de vestir, así como de relleno en colchones, almohadas…siendo estas labores, durante las largas tardes de invierno al lado del hogar, algunas de las ocupaciones de algunos miembros de la familia campurriana del siglo XVII, conocido como “las hilas”.

 

    De igual manera, las ovejas eran la base de los “quesucos” campurrianos, al igual que las cabras y las vacas, alimento común de la dieta en esta época, siendo la verdadera base los productos obtenidos de la matanza del cerdo, y de importancia también la carne de bovinos y ovinos. La propiedad de la tierra estaba muy repartida y la casi totalidad de los vecinos eran propietarios de sus casas y de sus tierras, siendo el sistema vigente el minifundio.  Por el contrario, los montes eran comunales, sirviendo la madera de sus árboles para elaborar las vigas de las casas, que eran medidas en “varas”, casas con unas características propias de un valle con unas condiciones climáticas extremas en invierno, careciendo de grandes vanos y solanas, predominando las casas adosadas en hilera. Los caminos eran reparados por los propios vecinos, según turnos establecidos. El cultivo de la vid no tenía la importancia que en el resto de Cantabria, por lo que eran traídos los vinos desde Castilla, principalmente de Las Navas y  Alar. Los asuntos importantes se trataban según el sistema de “concejo abierto”, verdadero sistema democrático de solución de conflictos en el medio rural campurriano, donde podían intervenir todos los vecinos, siendo necesario para tener tal condición, el tener casa abierta en el concejo, y considerando a las viudas como medio vecino. Estas reuniones solían celebrarse siempre en el mismo lugar, bien en la casa del concejo (caso de existir), bien bajo un árbol centenario, bien en el portal de la iglesia parroquial o en alguna ermita, o en algún lugar de importancia para los lugareños.  Es en estos lugares donde cada año, después de la misa mayor el día de Reyes, se procedía a la elección de oficios concejiles, nombrando nuevos regidores, alcaldes, diputados, etc.

 

No estaba exenta la comarca campurriana de las creencias en la brujería, pero  no destaca especialmente en este aspecto , aun siendo la comarca más cercana a Cernégula, lugar al norte de Burgos donde se sitúan las reuniones de aquelarres de las brujas cántabras.

Para finalizar, destacar que el pueblo campurriano es uno más de los que forman parte del territorio cántabro, con una serie de características especiales, posiblemente como resultado de ser un conjunto de valles interiores con unas condiciones de vida duras en las estaciones frías, que le diferencian del resto y que le confieren una personalidad propia, pero con una serie de elementos comunes que le sirven para formar parte del conglomerado cultural de Cantabria. 

   Carlos Argüeso Seco

  “Costumbres propias de Campoo en el siglo XVII”, 2006

MUSEO ETNOGRÁFICO EL PAJAR, PROAÑO
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